lunes, 21 de marzo de 2011

Increíble Japón, increíbles gobernantes

Como al amigo seguro, a los pueblos se les conoce en la ocasión insegura. Pues bien, Japón viene asombrando al mundo por el ci­vismo y el autocontrol en una nueva situación de extrema severidad.

Aunque hay evidentes ra­zo­nes de carác­ter cultu­ral, también se ad­vierte en el pueblo la huella de Hiroshima y Nagashaki. Por eso llama la atención que un país expuesto como ningún otro país des­arrollado a los movimien­tos sísmicos, tenga 54 centra­les nuclea­res.

Aquí, en esta contradicción, hay gato encerrado. Por un lado hay en el nipón una culturización grabada en los genes que se manifiesta en tan dura prueba, pero, por otro, están los gobernantes que se rigen por las corruptelas capita­listas. El gato ence­rrado está en que una cosa son los pueblos y otra sus gobernantes.

A menudo se oye decir que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. Y esto es un tópico miserable. Los pueblos no quieren o no pueden estar en constante beligerancia contra quie­nes se han apoderado de distintos modos del poder. Por eso se amoldan y les dan un amplio margen de confianza. Al fin y al cabo los que organizan en cada país la demo­cracia capitalista son muy hábiles. Le hacen creer al pueblo que elige a quienes quiere y es él quien decide al ele­girles a ellos. Cuando en realidad los poderes fácticos, luego pre­sen­tes en los institucionales, hacen todo a su antojo con la colaboración de la in­mensa mayoría de los medios gráficos y audiovisuales que completan la prestidigitación. Y en este caso también con la complici­dad de los científicos y “expertos”. Y cuando digo go­bernantes no me re­fiero, natural­mente, sólo al ejecutivo sino a los tres poderes.

Por eso se producen graves disonancias y contradicciones entre la idiosincrasia de los pueblos y la catadura de quienes les go­biernan. A fin de cuentas en el capitalismo todos los go­bernantes están globali­zados, es decir, domesticados, y apenas se distinguen unos de otros.

Pero más aún extraña que el país cometa tamaña imprudencia si se tenemos en cuenta que Italia no tiene ninguna central nuclear y el consumo de electricidad no es distinto al de cual­quier otro país del sistema. Lo que significa que si bien los gobernan­tes están globali­za­dos, el sistema, para despistar, les da la libertad de enriquecerse de diferentes maneras.

Por otro lado esta disparidad, este contraste entre el civismo del pueblo nipón y la necedad de quienes le go­biernan permitiendo la instalación de las centrales nucleares, demuestra que tampoco es la ciencia, ni la ex­periencia, ni la inteligen­cia, ni siquiera el instinto lo que predomina en los pueblos del capital, sino la corrupción. Con el vil me­tal y fa­bulosas comisiones se com­pran y venden voluntades que pue­den malograr a todo un pue­blo. Porque al final, pese a que Japón combina cultura, tradición e inte­ligencia, sus dirigentes sucum­ben al principio capitalista de que todo el mundo tiene un pre­cio.

Y ese precio lo pa­gan los pueblos para tener carica­turas de gober­nante que hacen de ellos lo que quieren. Y en su vir­tud, las centrales nucleares, en Ja­pón y en todos los países capitalistas, y por supuesto España, son filones de ganancias para unos cuantos pese a producir a duras penas un 12 por ciento de electricidad que podría ahorrarse evitando el considerable despilfarro en pueblos y ciudades. A los gobernantes, técnicos y científicos les im­porta un higo los irrepara­bles e irreversibles efectos en el pueblo que puedan provenir de las centrales. Así ha pasado lo que ha pasado, y lo que está aún por pasar...

Jaime Richart en Kaos en la Red
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